OPINIÓN /// Por Santiago Alonso
Una de las batallas más duras que puede dar alguien – en particular si se dedica al análisis de los hechos como un periodista – es la lucha personal contra los prejuicios. Existen y todos los tenemos. Nadie puede tirar la primera piedra y decir “yo no”.
Lo manifestarán algunos más, otros menos. Uno intenta abstraerse de eso pero muchas veces no se puede. La realidad se impone.
Las imágenes que circulan en las redes y fragmentos de noticieros donde muestran a los runners de la Ciudad de Buenos Aires confirma lo que podría ser un prejuicio injusto. Pero no lo es. Son individualistas y su única preocupación es la libertad individual, es decir su libertad, aquella que jamás puede ser vulnerada.
No importa que estemos ante una pandemia mundial y bajo amenaza de un virus del cual no se ha encontrado cura ni vacunas. Ellos quieren correr.
No importa que en países como Brasil, allá donde el “Mesías” apila muertos en fosas comunes, las cifras estén por las nubes. Ellos quieren ponerse la chombita y salir.
No importa que el mes que viene o el otro colapse el sistema de salud. Les molesta que los más humildes ocupen camas. Tanto es así que prefieren ocuparlas ellos, cuando no tienen planes de salud de alta gama que los alejen de pobres y desarrapados.
No importa el esfuerzo que todos hemos hecho dejando de ver a familiares y amigos en estos días. Lo importante es mostrarse “rebeldes” ante vaya uno a saber quién.
No importa que el riesgo de contagio sea alto y que las partículas circulen con facilidad. Cuando las papas quemen y haya necesidad de respiradores sentirán que “les toca” por que “pagan los impuestos”.
Reniegan del Estado y lo quieren reducir al mínimo, la política “medio que no les importa”, pero cuando las papas queman, son los primeros en preguntarse “¿Donde está el Presidente?” para resolver su temita personal e individual.
El Estado es tan grande que está por encima de la estupidez de esta minoría que también es intensa.
¿Por que? Por que además son vanguardia, la vanguardia de una ciudad que siente que merece estar por encima de todos los demás. Que nunca puede ser menos. Por pujantes, por ser el centro de todo y de todos. Por que su poder adquisitivo puede solventar su capricho, siempre de clase media urbana aspiracional en lo simbólico más que en lo real.
Eso explica su voto histórico a proyectos centralistas, un síndrome que hace algunos años tiene Córdoba por su acompañamiento nacional a propuestas electorales tendientes a la destrucción. Capítulo aparte merece “La Docta” que hoy está lejos de lo que alguna vez supo ser.
Los “vanguardistas del running” de la ciudad más unitaria del país reniegan de la provincia y en particular del conurbano, siempre mostrado como marginal y violento en las ventanas televisivas de El Trece ya sea con su noticiero y sus ficciones. Para ellos somos sinónimo de atraso, de antiguedad.
Sin embargo hay una imagen que los bonaerenses podemos ostentar y en especial en el Oeste: las plazas de Morón e Ituzaingó están tranquilas.
En Morón las plazas San Martín y La Roche sólo muestran gente con bolsas de compras, alejadas y personal escencial viajando.
Yendo desde la calle San Martín hasta Yrigoyen un día de semana a las 5 de la tarde sólo se ven algunas pocas personas guardando distancia en la farmacia, otros a lo lejos dando la vuelta manzana para que el hijito camine algunos pocos pasos.
En Ituzaingó la Plaza 20 de Febrero, aquella que concentraba a decenas de pibes y pibas esperando a otros amigos o el comienzo de ItuzainRock está vacío. Sólo gente que utiliza el espacio como intermediario para ir a Tio Due a buscar la cena o una agencia de remís para volver.
La conducta es otra, la de cuidarse y cuidar al otro.
En Ciudad de Buenos Aires la libertad que tanto reclamaron producto del pataleo ya la tienen. Quedó demostrado en las imágenes.
El Jefe de Gobierno porteño avala estas conductas y los porteños ya levantan tranquilos la bandera del running para salir, es decir, el legítimo derecho que tienen de morir con un respirador puesto. Eso si, dejando un cadaver bonito.
Pero tranqui. Siempre pueden lavar sus culpas de microclima donando un paquete de arroz por que la radio canchera se los pide. El resto del año pueden ser los individualistas que son con total tranquilidad en esa comunidad desorganizada y aspiracional de la que tanto se jactan.
Cuando esto arda y las cifras se disparen, no busquen culpables en la Provincia o el interior. Acá hicimos lo que había que hacer.